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Este versículo es el más fuerte para combatir algunas enseñanzas infiltradas, que hablaban de cuerpos espirituales sin cuerpos glorificados. El apóstol Pablo presenta un argumento de peso. Una transliteración sería: “no deseo ser un mero espíritu desencarnado, sin revestimiento espiritual”.
Aunado a lo anterior menciona una expresión semítica (un grupo de lenguas entre las que sobresalen el arameo, el hebreo, el fenicio y el cananeo, recordando a Sem hijo de Noe): “las arras del Espíritu”; esta figura es la de una dote que se da en prenda por algún acuerdo nupcial. Expresión que aparece también en 2 Co 1:22 y Efesios 1:14. Es una figura perfecta que ilustra el pago adelantado que Cristo hizo por nosotros, para librarnos de la condenación. Estas arras (una garantía) del Espíritu testifican que ya le pertenecemos eternamente.
Si ha sido Cristo, quien se sacrificó por nosotros poniendo fin a una atadura de pecaminosidad, por qué hemos de seguir fallando, cuando Dios en su infinito amor pagó el justo precio por nuestra redención. Las arras del Espíritu son la evidencia de la vida, el poder de la resurrección y vienen a ser la marca sobre el creyente que le une con el Señor, para que se aleje de “otras relaciones”, al estilo de una novia que ya está comprometida con su amado. Si hemos sido plantados junto a las corrientes de las aguas, lo que se espera es que estemos frondosos y dando frutos, alejados de un negativo comportamiento y desarrollados como creyentes firmes y estables.