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El saludo abre, presentando la paternidad literaria de la carta: “Pablo, apóstol de Jesucristo”, utilizando el título o credencial apostólica que posee; de hecho, el saludo típico epistolar con la que suele membretar el predicador de los gentiles sus escritos. Lleva a la presunción de pensar que era también una carta-circular, como las otras que iban dirigidas a las iglesias. Primeramente, se leían en lo personal, y después en el culto público de las congregaciones.
El escritor justifica la credencial que ostenta, “por mandato de Dios nuestro Salvador, y del Señor Jesucristo nuestra esperanza” esto pareciera una redundancia en el pensamiento de un judío ortodoxo, que traslada su pensamiento al Antiguo Testamento vislumbrando a Javéh (YHWH) como la fuente de la salvación (Deuteronomio 32:15; Salmos 24:5; 25:5; 27:9; 42:5); unido al Señor Jesucristo, Salvador también, resaltando el pedestal en que se encuentra ahora el judío fariseo redimido.
Es importante entender el papel que tiene la autoridad. El que otorga autoridad a alguien para una comisión terrenal, primero debió de ser enviado por alguien superior. Esto vendría a ser el pilar de la autoridad pastoral, entendiendo que el derecho de otorgar autoridad va respaldado con una comunión y relación íntima, con la Autoridad mayor.