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1 Juan 1:1-2 “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida. 2 (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó);”


La palabra de vida 1 Juan 1:1-4

Nota preliminar: La correcta exégesis de este pasaje demanda, como en todos los casos, un análisis concienzudo del contexto. El flujo del pensamiento es uno, y el Espíritu Santo tiene una idea central en mente que desea compartirnos, esta idea se repite y se entrelaza en cada uno los versículos que a continuación se estarán comentando. La palabra que se repite en este capítulo es la palabra «comunión», y alrededor de ella es que todo el significado del pasaje está compuesto.


El comienzo de la epístola tiene cierta similitud con el principio del Evangelio de Juan: “En el principio era el Verbo…”, lo dijo en Juan 1:1: Ahora en esta carta: “Lo que era desde el principio”. Es decir, habla de la preexistencia de Cristo, el Verbo de Dios, de la divinidad del Señor Jesús. Sin embargo, luego de hablar de su divinidad, habla de su humanidad, lo que hemos contemplado, y palparnos nuestras manos. Por tanto, aquí Juan, escribiendo por el Espíritu Santo, define la identidad de Cristo en cuanto a sus naturalezas: 100% Dios y 100% humano.

Contrario al gnosticismo, (la doctrina hereje que enseña que la materia es mala y por lo tanto Cristo no tenía un cuerpo humano o material, sino que tomó una apariencia de cuerpo), Juan afirma que Cristo se podía contemplar y palpar. Escribe: lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida. Es decir, no era un espíritu sino un ser humano completamente real y completamente Dios.

Esta teología es sumamente importante para nuestra salvación. Los primeros cristianos y los Padres de la Iglesia lucharon con varias corrientes que contrariaron, ya sea a la divinidad del Señor (p.ej. el arrianismo) o a su humanidad (p. ej. el docetismo). El obispo Atanasio, en su lucha de por vida contra del arrianismo, concluyó que eran necesarias ambas naturalezas para obtener nuestra salvación. Aquí el Apóstol inicia su Carta reafirmando tal creencia esencial. Quien no cree que Jesucristo es Dios no puede ser salvo, y quien no cree que Jesucristo es humano, que es el Dios hecho carne, no puede ser salvo tampoco.

Y en cuanto a que Jesucristo realmente era un ser humano, Juan da testimonio: “lo que palparon nuestras manos”. Y esto no sólo se refiere al Señor Jesucristo antes de su muerte en la cruz, sino después de su resurrección (contrario a lo que algunos herejes enseñaban). Juan estuvo presente cuando Jesús les dijo a sus apóstoles: “Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo” (Lucas 24:39).

Tocante al Verbo de Vida, «gr. logos», está en concordancia a lo escrito en su evangelio, “en Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Juan 1:4); pues la Palabra de Dios es lo que da vida a todo ser viviente, pues todo fue hecho por la Palabra de Dios (Heb 11:3). Nótese que en el pasaje de Hebreos se utiliza la palabra «gr. rhema», la palabra activa de Dios; mientras que en el evangelio de Juan se habla de logos, la palabra que ha sido emitida, es decir, la que salió de los labios de Dios. Jesucristo fue dado al mundo y Él es el logos de Dios, pero únicamente la fe (como lo menciona el libro de Hebreos) puede convertir ese logos en rhema. “Dios fue manifestado en carne, … Creído en el mundo” (1 Ti 3:16). La fe en Jesucristo lo convierte en rhema en beneficio de todo aquel que cree, y así es como se efectúa la salvación del individuo.

El logos de Dios, la vida en potencia, para todo ser humano, la vida que estaba con el padre fue manifestada; ¡Qué declaración más confortante! Jesús tenía la vida del Padre. Esa verdad fue creída, pues sin ser creída no puede verse, pues no es mediante el hecho de ver con los ojos físicos que Dios se manifiesta, si no cuando se le cree. “Bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen” (Mt 13:16); es por ello que Juan testifica y anuncia la vida eterna que está en Cristo, para todo aquel que cree (Jn 3:16). Esta vida (la vida eterna), antes estaba con el Padre y en coexistencia con Él. Dios el Hijo estaba encubierto al mundo, y aunque algunos le vieron como quien ve una montaña a lo lejos —como Jesús mismo dijo de Abraham (Jn 8:59)—, aún no era el tiempo de su manifestación. Y esta manifestación, cuando tuvo lugar, no fue sólo a los judíos, sino al mundo entero… “creído en el mundo” (1 Ti 3:16).

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