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Por tanto, todo aquel que ha venido al Señor debe tener como prioridad el amar a sus hermanos; pues esto es lo que trata principalmente la encomienda de Cristo. Este amor necesita ser perfeccionado.
Si una persona, cuando estuvo en el mundo, viene de un contexto de desamor, de odio y desprecio exacerbado, no puede poner como excusa esa condición vivida, pues Dios es amor, y el amor de Dios ha sido derramado en su corazón por el Espíritu Santo (Rom 5:5), si es que en verdad ha sido salvo. Sin embargo, es posible que aún, luego de aceptar a Jesús en su vida, tenga luchas para mostrar el amor de Dios, por tanto, necesita madurar en el amor, es decir, buscar el bautismo con el Espíritu Santo.
Se debe insistir a todos los nuevos convertidos que busquen de inmediato el bautismo en el Espíritu Santo, pues este bautismo les dará poder para vencer al diablo y a la carne (Hechos 1:8), y les hará madurar (perfeccionarse) en el amor de Dios.
Así entonces, el Apóstol resume lo que viene con una frase muy poderosa: «El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo» (v.6). Dice que la señal inequívoca de que un cristiano permanece en Cristo es que se comporta como Él. Así como el pámpano tiene las mismas características de la vid, así los que permanecen en Jesucristo se comportan como el Señor en todo. No podría ser de otra manera, pues es Cristo quien se mueve a través de ellos. Ellos le han entregado su vida a Señor Jesucristo, han muerto al yo, y ahora Cristo Jesús vive en ellos (Gálatas 2:20).
