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De pronto el Apóstol parece dar un giro al discurso para hablar del anticristo, aquel al que Pablo llama «el hombre de pecado» (2 Ts 2:3). No dice Juan que ya haya venido, sino que dice que viene, ya que la Iglesia está en el último tiempo. No obstante, han surgido muchos anticristos, es decir, aquellos que servirían como precursores del verdadero, el cual habrá de manifestarse a su debido tiempo.
Estos anticristos estaban en la comunidad de la Iglesia, pero no eran verdaderamente parte de ella. Dice también que los que son parte de la Iglesia permanecen en ella. No dice que todos en la Iglesia, es decir, los que han sido declarados hijos de Dios, no puedan separarse de la comunidad, pues esto contradeciría a muchos otros pasajes bíblicos, sino que los anticristos nunca llegan a integrarse a ella: siempre fueron falsos. En los cultos cristianos asisten personas que aparentan una conversión (al menos por un tiempo), pero que, en realidad, nunca han entregado totalmente su vida a Cristo.
Se da el caso de aquellos que «gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo» (Heb 6:4), y que aun con ello, han caído de la gracia (según se explica en este pasaje de Hebreos y en otros muchos más); pero los anticristos son los que se oponen a Cristo encubiertamente, es decir, a la doctrina de Cristo, y que tienen la intención de hacer caer a los hijos de Dios que caminan en obediencia. Si no fuese posible que cayeran, no tendría sentido que los anticristos hayan intentado hacerse pasar por cristianos verdaderos para hacerles caer.