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El apóstol Juan vuelve al contexto general de la Carta, recordando a sus lectores “que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado”, reforzando la gran verdad de que hemos sido transformados en una nueva naturaleza que busca agradar a Dios y a su bendita Palabra, no practicando el pecado. Así como lo expresa el apóstol Pablo “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá 2:20).
De esta manera, el Apóstol dice “pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca”, esto significa que los que hemos nacidos de nuevo tenemos una protección sin igual, porque ahora Dios pelea por nosotros y permanentemente nos guarda de todo mal que el enemigo pudiera urdir. El apóstol Pedro invita a resistir todo ataque: “sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo” (1 P 5: 8,9).
“sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno”, esta es una realidad que no se debe olvidar (Lc 13:16; 2 Co 4:44; Gá 1:4; Ef 6:12; Heb 2:14) y que se escenifica más en los pecadores, la maldad, la crueldad y la injusticia. El maligno actúa dentro de la soberanía de Dios y no puede funcionar más allá de los que Dios permita, como el ejemplo de Job (Job 2:5; Ro 16:20). Y aunque puede perseguir, tentar, probar y acusar al creyente, Dios protege a sus hijos e impone límites definidos a la influencia o al poder del enemigo (1 Jn 2:13; Jn 10:28; 17: 12-15)
Es importante entender que de ninguna manera Dios desea ni causa todo el sufrimiento que hay en el mundo, ni todo lo que ocurre es su perfecta voluntad (véanse Mt 23:37; Lc 19:41:44). Y que como un perfecto antídoto a la fuerza de la maldad y del pecado, Cristo vino a morir (Jn 3:16) y a reconciliar el mundo con Dios (2 Co 5:18,19).
Dios es soberano, y por eso todas las cosas ocurren según su voluntad permisiva y su vigilancia, o a veces mediante su participación directa de acuerdo con su propósito. Un día no muy lejano se cumplirá lo dicho en Apocalipsis 19 y 20 y entonces se dirá: “los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo, y Él reinará por los siglos de los siglos” (Ap 19:15) (conceptos en la B. de Est. Pentecostal Pg. 1837 y la B. de estudio McArthur P. 1829)