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“A Dios nadie lo vio jamás”, así lo expresa el apóstol en su evangelio (Juan 1:18). Puesto que Dios es Espíritu (Jn 4:24), nadie ha visto jamás a Dios en su esencia, su ser espiritual. Con todo asumió formas visibles, que los hombres vieron en tiempos del AT (Gn 32:30; Éx 24:9,10; Jue 13:22; Is 6:1; Dn 7:9) y en Jesús los hombres pudieron ver a Dios (Jn 14:8,9), Cristo ofrece vida (Jn1:12); revela (Jn 1: 14,18); da gracia y verdad (Jn 1: 16,17). (B.Ryrie Pg.1062)
El apóstol Juan al mencionar “nadie ha visto jamás a Dios”, trae también a la memoria lo escrito en su evangelio sobre la gran verdad de que, quien nos lo reveló fue Jesús: “el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer” (Juan 1:18). El apóstol Pablo exalta a Jesús afirmando: “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación” (Col 1:15). El Señor Jesucristo vino a darse a conocer como el perfecto amor del Padre revelado. Y que ahora mora en nuestras vidas; por tal motivo “si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros”, si existe algo que nos identifica como hijos de Dios, es que Él está con nosotros en todo momento. No existe nada que nos pueda separar de su amor, si permanecemos en Él, y aunado a esto “su amor se ha perfeccionado en nosotros”.
Las palabras paulinas resuenan afirmando: “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil 1:6). Como cristianos buscamos siempre la permanencia del Señor en nuestras vidas para seguir creciendo en la fe, siendo perfeccionados cada vez más a su imagen, por lo cual tenemos seguridad al decir: “en esto conocemos que permanecemos en Él, y Él en nosotros”. Su presencia es permanente y su cobertura nos permite entender que ante cualquier circunstancia podemos vencer en su nombre y porque además “nos ha dado de su Espíritu”, el cual habita dentro de nosotros y nos da poder para proclamar la verdad del santo evangelio.