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Es natural entonces —sigue explicando el Apóstol—, que el mundo (es decir, los que no conocen a Dios, los hijos del diablo), persiga y aborrezca a los hijos de Dios. No sólo aborrecerlos en el sentido más degradante del término, sino en el más pasivo también: que los hijos de Dios no son elegidos y tomados en cuenta por los hijos del diablo, y abierta o disimuladamente ellos les cierran las puertas. Esto no debe extrañar a los discípulos de Cristo, pues es parte del precio que tiene que pagarse para permanecer en la compañía de Cristo, el cual también fue aborrecido y perseguido.