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1 Juan 1:3-4 “Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdadera es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido”.


Así que, los verbos que Juan utiliza no solo hablan de la participación de los sentidos físicos, sino también de los espirituales mediante la fe. Esta manifestación tan vívida, tan real y poderosa —la que vivieron Juan y los apóstoles—, era necesaria que fuese a su vez trasmitida al mundo; y esto únicamente es posible mediante la predicación: eso os anunciamos.

La predicación no es otra cosa que un anuncio: “agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Co 1:21). El anuncio es locura para los que se pierden, pero poder de Dios para salvación en todos los que creen en el Señor (1Co 1:18). Y este anuncio de Juan alcanzó a todos los que hasta nuestros días leen sus escritos; los cuales, mediante la inspiración del Espíritu Santo, se han convertido en palabra viviente de Dios, para que, por la fe, todos tengan salvación en Jesús.

Y en el momento en que esta salvación es efectuada mediante este proceso: manifestación, luz, anuncio, fe en Jesús, entonces es que la comunión tiene lugar. Esta es la primera ocasión, de tres en este capítulo, en que el Apóstol menciona la palabra comunión. Dice que la manera en que otros puedan tener comunión con nosotros (habla en plural, es decir, refiriéndose a la Iglesia), es recibiendo el anuncio respecto a Jesús: para que también vosotros tengáis comunión con nosotros (v.3). Es decir, todo aquel que recibe el anuncio de Juan, de los apóstoles, de la Iglesia del Señor, y cree en Jesús, se convierte en parte de ella, de la Iglesia santa de los redimidos.

En la comunión se centra el significado mismo del cristianismo, y esta comunión es la que da vida eterna. Primero la comunión era del Padre con el Hijo; luego esa comunión se dio entre el Hijo con los apóstoles y discípulos que creyeron en Él cuando estuvo en la tierra; y luego, mediante el anuncio de ellos, esa comunión se hizo extensiva a todo el mundo. Comunión, como podrá denotarse a lo largo y ancho de este capítulo, se refiere a la comunión que el creyente tiene con Cristo y con el Padre, y también, por consecuencia intrínseca, con sus hermanos, con la Iglesia.

Así, Juan comienza diciendo que esta transmisión de comunión es segura: nuestra comunión verdadera es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. No podemos dudar ni por un momento que cada ser humano pueda lograr comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo como lo declara el anuncio apostólico, “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Efesios 2:20).

Dios quiere que cada ser humano tenga comunión con Él, y esa fue la razón por la que el Hijo de Dios se hizo carne, para que el plan de comunión —mediante la redención— fuese posible. Asimismo, la comunión con Dios depende de nuestra comunión con nuestros semejantes, como se verá más delante.

De esta manera, este anuncio del que habla el Apóstol está por escrito, estas cosas os escribimos… Dios quiso que el mensaje del evangelio quedara por escrito para su preservación de generación en generación, y hallando plena seguridad en la Palabra de Dios, el gozo sea cumplido en todo cristiano. El gozo de todo creyente consiste en que la Palabra de Dios quedó por escrito para que cada habitante sobre la tierra, que tenga una Biblia en su propio idioma, se goce sabiendo que lo que lee son las palabras de Dios.

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