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La acepción anterior debe de ser una condición verdaderamente excepcional, pues la existencia de pecado no es de ninguna manera acorde con la nueva naturaleza del cristiano. Lo que distingue en verdad a quien está en Cristo —y va de camino con Él al cielo—, es la obediencia. Jesús lo dijo con claridad: «Porque por el fruto se conoce al árbol» (Mt 12:33).
Si alguno dice que le conoce, pero no obedece a lo que Jesús ha dicho, el tal es un mentiroso; se engaña a sí mismo, y todo lo que procede del tal es mentira. Pues Dios es verás, Él es luz, y no hay una pizca de tinieblas en Él. Por tanto, la declaración del Apóstol no sólo es un llamado a la santidad, sino una condicionante temeraria: quien no obedece al Señor, quien no camina en obediencia, es un mentiroso, es decir, uno que va camino a la condenación. Así que dice: «en esto sabemos…» (v. 3), es decir, existe una certeza, para quien habita en luz, de que realmente está en Cristo; mientras que, al mismo tiempo, es una severa advertencia para quien no está obedeciendo al Señor.