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El apóstol Juan como un judío que esperaba la manifestación del Mesías prometido, mencionado por los profetas del A.T., quien traería una nueva esperanza a su pueblo y al mundo; tuvo el gran privilegio de conocer íntimamente a Jesús, disfrutar de su impactante ministerio y también ser testigo de los momentos trascendentales de su muerte y de su resurrección. Y junto a centenares, verlo ascender al cielo (Hch 1:1-11), por eso tiene la certeza y convicción de decir “este es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre”.
El apóstol Juan en este versículo tiene la intención de refutar una enseñanza del primer siglo, por el hereje Cerinto, quien enseñaba:
Debe entenderse que en el escrito del Apóstol, la expresión: “que vino mediante agua y sangre”, el agua se refiere a la inauguración de su ministerio, cuando el Padre declaró la identidad de Jesús como el Hijo amado y lo ungió para la inigualable obra salvadora (Mt 3:16,17; Mr 1:9-11). Y la sangre se refiere a la clausura de su vida terrenal al ser crucificado y completar la obra redentora (Hebreos 9:22 y 10:11-14), demostrando que era el Cristo (el Mesías) y derramando su alma hasta la muerte, “no mediante agua solamente sino mediante agua y sangre”.
“Juan pudiera haber escrito también lo anterior, porque algunos enseñaban que el Cristo divino no había sufrido la muerte. El sostiene que Jesucristo murió como el Dios-hombre y por eso perfectamente pudo expiar los pecados de la humanidad”. (B. Est. Pentecostal Pg 1835). Luego resucitar con un cuerpo glorificado y ser ascendido al cielo para sentarse a la diestra del Padre (Hch. 7:55,56). El Espíritu también da testimonio de esa verdad (v.v. 7,8) “porque el Espíritu es la verdad.”