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Aquí, el Apóstol parece tener en mente el versículo de Juan 14:26: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” . Por eso escribe ahora en su Carta: “No os he escrito como si ignoraseis la verdad”(v. 21), pues es el Espíritu Santo, quien revela la verdad, y en Él no puede haber mentira. Y en esto consiste la mentira que los anticristos trataron de introducir: que Jesús no es el Cristo, el Mesías, el Ungido, el Hijo de Dios. Debe recordarse que en el tiempo de los apóstoles había quienes se integraban al grupo, pero que realmente eran judaizantes; ellos tenían apariencia de creer, pero realmente querían convencer a las verdaderas ovejas de que Cristo no era el Mesías.
Por ello, si alguien niega la naturaleza de Cristo, su divinidad, su procedencia del Padre, su naturaleza de Hijo de Dios encarnado entonces también niega al Padre.
La doctrina fundamental no es algo negociable ni lo cual se pueda prescindir; si alguien no cree en estas cosas, dice Juan por el Espíritu, «no es parte de nosotros» (v. 19).
La prueba de aquel que camina con Cristo y que es parte de la comunidad, es la confesión: «El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre» (v.23). En el bautismo en agua, el convertido confiesa a Cristo como su Salvador personal; lo hace públicamente, promete lealtad al Señor de por vida. Pero esta confesión no se limita a la comunidad que lo escuchó, sino a todos cuantos le rodean, a su familia cercana y lejana, a sus antiguos amigos, a sus compañeros de trabajo, y a todo el mundo.