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Apocalípsis

1 Juan 4:2-3 “En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo.”


La prueba de que conocemos “el Espíritu de Dios” radica en que mostramos una actitud correcta referente a nuestro Señor Jesucristo, ya que si el Espíritu está en nosotros confesaremos que “Jesucristo ha venido en carne”, para honra, gloria y alabanza de su nombre. Ya que el Jesús humano es nada menos que el Cristo divino; tal y como lo muestran las palabras petrinas, cuando contestó a la pregunta hecha por el Señor Jesucristo: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.” (Mateo 16:15,16).

No es simplemente el hecho de que Jesús tomó forma humana, sino que se hace hincapié en la encarnación que experimentó al venir a este mundo. Tal como lo citan las palabras del apóstol Juan en su evangelio: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Jn 1:14).

De esta manera el que cree en la encarnación de Jesucristo “es de Dios”, recordando la declaración paulina: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Fil 2:5-7). De aquí se establece que toda persona “que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios”, sino que ha manifestado “el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo,” esto lleva a todos aquellos enemigos de la Palabra de Dios a caer en un grave error y perdición. El apóstol Juan menciona al anticristo no como un evento futuro sino como una realidad presente, que se manifestó en su tiempo, y se manifestará en el futuro, en personas que se dejan engañar, negando la deidad de nuestro Señor Jesucristo.

Nota histórica

La primera controversia que surgió sobre la doctrina de la Trinidad, especialmente la relación del Padre y del Hijo, la expuso Arrio, un presbítero de Alejandría, alrededor del 318 d.C. al presentar la falsa doctrina de que Cristo, aunque superior a la naturaleza humana, era inferior a Dios y que no era eterno en existencia, sino que tuvo un principio. El opositor principal de esta idea fue Atanasio, también de Alejandría, quien escrituralmente defendía la unidad del Hijo con el Padre, la deidad de Cristo y su existencia eterna. La controversia se extendió por toda la iglesia y, después que el emperador Constantino procuró en vano dar fin a la contienda, convocó a un concilio de obispos, los cuales se reunieron en Nicea, en el 325 d.C. Atanasio, que en ese tiempo solo era diácono, teniendo voz, pero no voto, logró que la mayoría del concilio condenase las enseñanzas de Arrio, elaborando lo que se conoce como “el credo Niceno”. Debido a esto Arrio fue desterrado de la iglesia.

Después vino la segunda controversia sobre la naturaleza de Cristo. Apolinario, obispo de Laodicea (360 d.C.), declaraba que la naturaleza divina tomó la naturaleza humana de Cristo. Y que Jesús en la tierra no era hombre, sino Dios en forma humana. La mayoría de los obispos y teólogos sostenían correctamente que la personalidad de Jesucristo era una unión de Dios y hombre, deidad y humanidad en una naturaleza. La herejía apolinaria se condenó en el Concilio de Constantinopla, 381 d.C., expulsando a Apolinario de la iglesia (Hurlbut, J.L., Historia de la Iglesia Cristiana).


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