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Siguiendo el hilo del discurso, Juan entra ahora a detallar en qué consiste este conocer al Padre, esta victoria contra el maligno, y esta permanencia en la palabra de Dios. Si el amor se dirige a Dios, no podrá ser dirigido a nada más, pues Dios es celoso (p. ej. Ex. 20:5). El mundo es atractivo para el que anda en la carne, pero sin valor para el que vive por fe; por tanto, la Palabra de Dios prohíbe el amor al mundo.
No que el mundo sea malo en todo sentido, sino que el amor al mundo —nos dicen las Escrituras— es pecado. Eso crea abierta hostilidad a Dios. La Biblia de Estudio Pentecostal Pg. 1831, explica los 3 aspectos que Juan menciona:
Estas cosas son atractivas para quien no conoce al Señor, pero vencidas por el cristiano que permanece en Cristo, quien sabe que el mundo pasa y sus deseos (v. 17). Todo aquello de que se pudiera gozar es vanidad (Ecl 1:2, 14), y pasa; aun los goces lícitos deben ser supeditados y aún menospreciados por el amor supremo a Dios (1 Co 10:23). El cristiano por amor a Dios todo lo sufre y lo soporta (1 Co 13:7), pues su enfoque está en la eternidad, y no en las cosas temporales de esta vida.