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1 Juan 3:10-12 “En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios. 11 Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros. 12 No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas".


Aquí el Apóstol hace una seria distinción entre dos familias, a saber, las dos familias en que están divididos los seres humanos en la tierra: la familia de Dios y la familia del diablo.

Hay quien pueda pensar que todos los seres humanos son hijos de Dios; sin embargo, ya el Apóstol tácitamente había hecho una distinción cuando dice: «Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios» (v.1); no obstante, aquí señala con toda claridad la existencia de estas dos familias, y dice que los que no son hijos de Dios caen automáticamente en la categoría de hijos del diablo.

El hacer justicia, como ya quedó aclarado arriba, tiene que ver con la justicia que Cristo Jesús mismo haría; es decir, el cumplimiento de la ley de Dios. Cualquier pecado contra el prójimo es un estigma de injusticia; pero también, en forma general, cualquier pecado que se cometa, por ejemplo, los que tienen que ver con el cuerpo del individuo o una blasfemia contra Dios.

Se puede decir, que muchos pecados afectan indirectamente al prójimo. Por ejemplo, un alcohólico, no afecta únicamente su propia vida sino la de su familia y la de la sociedad en su conjunto de una manera u otra. Las estadísticas sobre los accidentes provocados por el alcohol siempre son alarmantes, por ello, es propio decir que las decisiones injustas que el hombre toma muy pocas veces afectan únicamente a su persona.

Dicho lo anterior, el amor al hermano tiene que ver con el amor propio y el amor propio —en el sentido más estricto y cabal de la expresión— está íntimamente relacionado con el amor a Dios. Cabe entonces aclarar qué es el amor propio, porque cuando una persona se ama así misma, procura su bienestar, y no existe mayor bienestar para el ser humano que vivir agradando a Dios y amando al prójimo como Cristo lo amó.

Por ello, sigue diciendo el Apóstol, «todo aquel… que no ama a su hermano, no es de Dios» (v.10), no puede comportarse como Dios, como hijo amado (Ef. 5:1). Su comportamiento lo dice todo, no es hijo de Dios, no ha nacido de nuevo (aunque pueda seguir siguiendo los protocolos de una religión), o bien se ha alejado del Señor. Ya qué, el mandamiento de Dios no tiene excepciones, y ha sido dado «desde el principio»; y a ¿qué principio se refiere? Al principio mismo de la creación del hombre, quien, aunque no se había promulgado la ley de Dios en forma escrita, estaba escrita en su corazón (Rom. 2:15).

Juan cita el caso de la primera familia. Habla del caso de Caín y Abel: Caín mató a su hermano porque era de la familia del maligno, ya que sus obras eran malas. Nótese que las obras de Caín eran malas antes de matar a su hermano; es decir, su comportamiento era del maligno y fue escalando hasta llegar a arrebatar la vida a un ser humano (¡y éste totalmente inocente!). Y no sólo porque sus obras eran malas, sino porque las obras de su hermano eran justas. Ilustrando aquí, que, desde el principio de la creación, luego de la caída, todo aquel que es del maligno busca el asesinato de aquellos que son justos delante de Dios. Si no los llegan a asesinar físicamente (por temor al castigo de las leyes de la tierra), los asesinan en su mente y en su corazón.

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