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El apóstol Juan como conocedor de la Ley de Moisés, sabía perfectamente la importancia de los testigos ante un caso en particular. La Ley era absolutamente clara respecto a cómo tratar asuntos que implicaran sancionar a alguien sobre un delito, lo cual requería que comparecieran dos o tres testigos para determinar si proseguía la acusación, o se considerara absuelto al acusado sobre la acusación de que se le hacía objeto (Dt 19:15-20). Es por ello que Juan dice “si recibimos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios” refiriéndose a que, si un doble o triple testimonio humano era suficiente para darle valor a un hecho, cuanto más se debe considerar convincente el testimonio que ha dado nuestro Dios sobre su Hijo. “porque este es el testimonio con que Dios ha testificado acerca de su Hijo”.
El apóstol también añade, “el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo”, Esto pudiera referirse a los falsos maestros que creían en Dios, pero no creían totalmente en Jesús con todas las cualidades de la divinidad y de la humanidad de Jesús, como se comentó antes en el versículo 6. Tanto el apóstol Pedro, como el apóstol Juan definieron perfectamente lo que se debía creer acerca de Jesús y no como lo distorsionaron tantos herejes en el tiempo de ellos y en los siglos subsecuentes. (gnósticos, antinomianos, arrianos, sabelianistas, apolinaristas, nestorianos, monofisistas etc. Consultar “El Río Teológico” Cap. 4 del Dr. Teófilo J. Aguillón)