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En alusión a Jeremías 31:31-33, el escritor de Hebreos dice que esta voluntad de Dios se ha convertido en un pacto, el pacto del Espíritu Santo. Y este tendría vigencia “después de aquellos días”, es decir, cuando el sacrificio de Cristo fuera consumado y Él resucitara de entre los muertos (Rom 1:4). Los beneficios del pacto son estos:
a) Pondré mis leyes en sus corazones: que el creyente tendría la ley de Dios en su corazón, es decir, el Espíritu Santo le daría un amor profundo por su Palabra.
b) Y en sus mentes las escribiré: que la Palabra de Dios estaría como un ancla en su mente, pues dice: “Mas el consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14:26).
c) Y nunca más me acordaré de sus pecados y trasgresiones: que Dios no tendría ya memoria del pasado pecaminoso de todo aquel que haya entrado al pacto del Espíritu Santo. Esto quiere decir, que se abre para él la vida eterna y las consecuencias de su pecado son anuladas delante de Dios mientras viva sobre la tierra (es decir, las maldiciones por el pecado, p. ej., vea Dt 28:15-68).
Estos beneficios se alcanzan cuando un hombre cree totalmente en el sacrificio de Cristo y en su sangre para mantenerle en santidad hasta el fin, y renuncie a cualquier otra obra o sacrificio, ya sea propio o ajeno, que le “ayude” a alcanzar los beneficios del pacto del Espíritu Santo, como el escritor de Hebreos explicará más adelante.