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Debe decirse que es la única vez que el autor de la carta a los Hebreos, se dirige a sus lectores en estos términos: llamándoles amados.
Los hebreos no eran hierba para el fuego, sino, tierra fructífera que el Señor cuidaba y sustentaba para su reino. El propósito de esta Epístola no debe entenderse como condenatoria, sino exhortativa, pues advierte constantemente del peligro de la apostasía, una situación recurrente también en las iglesias gentiles. Los creyentes hebreos habían sido llamados por Dios a cosas más excelsas, y el escritor está convencido que la salvación está guardada para sus destinatarios, y que, a pesar de la forma áspera de la carta en muchas secciones, el escritor reconoce el amor práctico que la iglesia, formada mayormente por judíos, ha demostrado, con sus obras de generosidad y amor para con todos los santos y la obra del Señor en general.
Sin duda, la iglesia de “los hebreos” era parte de la iglesia primitiva que se había caracterizado, como las demás, por mostrar misericordia hacia los más necesitados. Debe de recordarse que los creyentes hebreos, ahora seguidores de Jesús, estaban acostumbrados a las fiestas judías en las que Jerusalén hospedaba a todos los judíos de la diáspora durante las fiestas nacionales, cuya práctica seguía dándose aún después de su conversión al cristianismo (Hch 2:46; 4:32, 34-35; 6:1-6), algo que había sido digno de admirar y de imitar (Ro 15:25-27; Gá 2:10; Stg 2), y había servido para sentar las bases del amor cristiano práctico en todas las iglesias del imperio.
Debe decirse que los eruditos concuerdan que la carta no fue dirigida a la iglesia de Jerusalén, sino a los creyentes judíos de la diáspora, sin embargo, estos también recibían una fuerte influencia de sus hermanos residentes en esa área.
Era también probable que ahora la iglesia hebrea estuviera pasando un tiempo de decaimiento y enfriamiento espiritual, pero sus obras y su arduo trabajo a favor de los santos permanecían vigentes, y no eran pasados por alto a los ojos del Señor. Era muy importante que los judíos creyentes se mantuvieran sirviendo con denuedo en la misma forma que desde el principio aprendieron, “a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas.”