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Cristo no fue constituido por ley humana, el sacerdocio levítico sí. Cristo es la vida, una vida que no pudo ser afectada ni por la muerte, pues dio camino a la resurrección gloriosa. Los sacerdotes levíticos morían, incluyendo al sumo sacerdote, pero Cristo como el Sumo Sacerdote perfecto de la tribu de Judá, se manifiesta con toda perfección y eternidad.
El remate, la confirmación: un versículo del Antiguo Testamento, que por el Espíritu Santo el escritor de la Epístola cita, el Salmo 110:4 “juró Jehová y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec” .
Abrogado el mandamiento anterior Se refiere sin duda a la ley de Moisés sobre el sacerdocio levítico ya que es el tema del que se está tratando, pero de ninguna manera es derogar o eliminar toda la ley. Jesús vino a dejar atrás las partes que ya no eran necesarias pues las había cumplido o completado por el poder de una vida indestructible. El Señor Jesucristo no necesitaba basar su incomparable ministerio en su descendencia.
Queda pues abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad e ineficacia. A pesar del esfuerzo que hacían los sacerdotes de la tribu de Levi, por ofrecer sacrificios que fueran perfectos y ofrecer perdón de pecados a todos. No había una entrada completa a Dios, como la que Cristo logró a la humanidad. La ineficiencia de la ley Mosaica en el tema de las ceremonias residía además en que no podía quitar de manera entera el pecado y tampoco podía limpiar la conciencia del que pedía perdón.
El sacerdote perfecto nos trajo una mejor esperanza por la cual nos acercamos a Dios. Una más fuerte, más noble, expectación o confianza. Una esperanza eterna, verdadera, comprobada, palpable, no bajo las rigurosas dificultades de cumplimiento de la ley, sino una esperanza que perdura por toda la eternidad.