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Dios había instituido que la tribu de Leví fuera la encargada de las actividades del Tabernáculo, Los hijos de Aarón de ser los sacerdotes y hacer toda la obra de sacrificios y ninguno otro, de otra tribu tenía que hacer este trabajo. Había un rol de las tribus para que nunca faltara ni aceite, ni incienso en la casa de Dios, y también una lista de las fechas de participación de cada sacerdote, en el que se especificaba si le correspondía poner el incienso en la mañana o por la tarde, que día del año. Eran tantos los descendientes de los hijos de Aarón que en tiempo del rey David se formaron 24 grupos de los cuales se sorteaba para saber cuando les tocaba ir al templo y participar de las cosas sagradas. (1 Cr 24:1-31). Era un gran privilegio, por ello cuando a Zacarías le tocó la suerte de ir a ofrecer el incienso de la tarde, se preparó y fue al templo para cumplir con su deber, el cual era una bendición quizá por única vez en su vida.
Mas la segunda parte solo el sumo sacerdote podía hacerla. El día diez del mes del mes séptimo todo el pueblo afligía su alma, aun el extranjero que habitaba entre ellos, porque era el día especial que se ofrecía el sacrificio por la expiación de todos los pecados. Así era purificado el pueblo y el tabernáculo de todo el pecado. (Lv 16:15,16)
Era el único camino que conocía el pueblo de Israel para acercarse a Dios, sin embargo, la muerte y resurrección de Jesucristo ya habían derogado ese ritual, se había instituido un nuevo pacto hecho no con sangre de animales, sino con la sangre preciosa del Hijo de Dios.
l9.7: Lv. 16.2–34.