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En repetidas ocasiones nos dice Dios: “Acordaos…” (Sal 105:5; Is 46:9; Mal 4:4, etc.); la remembranza de los tiempos pasados debe ser únicamente para edificación. De lo que el cristiano ha padecido por Cristo, del trabajo por el Señor y de los esfuerzos realizados por su nombre; de las bendiciones recibidas, de las experiencias con el Espíritu Santo, de todo aquello que le aliente a seguir adelante. No que el cristiano viva en el pasado, ni que trate de saciarse bebiendo de la copa de antaño, sino que los recuerdos de aquello que vivió por Cristo le sirvan de aliento para la perseverancia. El escritor de Hebreos dice a los destinatarios de su carta, por el Espíritu, que no perdieran lo que habían ya ganado, como en otro lugar dice: “He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” (Apo 3:11). “Llegasteis a ser compañeros de los que estaban en una situación semejante”: porque todos los que padecen con Cristo se hacen compañeros de los que fueron antes que ellos, incluyendo los apóstoles del Cordero.
Y también de ellos dice: “el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo”, como señal de un pasado glorioso en donde, sometidos a Dios, los hebreos estuvieron dispuestos a perderlo todo por Cristo, tal como dijo Pablo, “por amor del cual lo he perdido todo” (Fil 3:8). El despojo gozoso de los bienes es una señal de genuina salvación, como en el caso de Zaqueo (Lc 19:7-9; Hch 2:45; Mt 19:21). Pues esto tan sólo es posible mediante la fe en Dios y la esperanza puesta dentro del corazón del redimido con la sangre de Cristo de que tiene “una mejor y perdurable herencia en los cielos”.