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Ahora bien, siendo que el tema del cuerpo de Cristo ocupa gran preponderancia en las Escrituras, y que el cristiano se ha convertido en el cuerpo del Señor por la fe, el escritor de Hebreos habla una vez más del simbolismo practicado en el Antiguo Pacto: Que los cuerpos de los animales sacrificados eran quemados fuera del campamento (v. 11), ¿por qué eran quemados fuera? Para llevar fuera del pueblo los pecados, para santificar al pueblo, es decir, con el propósito de la santificación. Así también Cristo llevó los pecados fuera de la puerta, es decir, en las afueras de Jerusalén (Mr 15:20; Mt 27:31, Jn 19:17). En lo que se llama hoy “el jardín del huerto”
Los arqueólogos que han investigado respecto al lugar en donde Cristo fue crucificado coinciden en que estaba a las afueras de la ciudad, fuera del muro, al norte del palacio de Herodes y al oeste del templo. Los evangélicos del mundo al viajar a Jerusalén, se reúnen en el llamado “Jardín del huerto” o Jardín de la tumba, ubicado afuera de las murallas y no en el templo católico que llaman “la iglesia del santo sepulcro”, que está dentro de la ciudad. En ese “Jardín” se hizo una reconstrucción del sepulcro teniendo enfrente una piedra circular, como la que se menciona en los evangelios ( Mt 28:2;Mr 16:3,4Lc 24:2; Jn 20:1); y allí en ese hermoso huerto cada grupo que llega realiza un culto y celebra la santa cena.
Así, el escritor de Hebreos invita al cristiano a salir del mundo, a llevar la vergüenza y el vituperio de Cristo, y ser su digno representante. Porque ahora la iglesia es rechazada por el mundo, pero es la sal de la tierra (Mt 5:13), indispensable para su subsistencia. Todo aquel que practica el amor, escapa de la fornicación y el adulterio, renuncia a la avaricia e imita la fe de sus pastores piadosos es visto como algo raro y extraño ante el mundo. Como lo dice Pedro: “A éstos les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de disolución y os ultrajan” (1 P 4:4). Sin embargo, la Epístola dice al cristiano que recuerde que Dios tiene preparado para él moradas celestiales: “porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir” (v. 14).