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La obediencia de Moisés al celebrar la pascua y al rociar con la sangre el dintel de las puertas de los israelitas (Éx 12:7) se cuenta como un acto de fe. Cosas que están totalmente fuera de lo ordinario, medidas de protección ilógicas ante el mundo. Así también habla el apóstol Pablo de “la palabra de la cruz” como de una “locura” (ante el mundo, ante los que se pierden, 1 Cor 1:18). Por el mismo tiempo, luego de las plagas, los israelitas, luego de una tremenda prueba de fe, pasaron el Mar Rojo, uno de los más grandes milagros de Dios registrados en las Escrituras. Ahí, en medio de la situación adversa, Moisés declara: “No temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy habéis visto, nunca más para siempre los veréis” (Éx 14:13ff). Asimismo, el escritor de Hebreos ofrece una tremenda advertencia respecto a la fe: que no se pueden recibir los beneficios de la fe viviendo en desobediencia, pues dice: “e intentando los egipcios hacer lo mismo, fueron ahogados”. Los egipcios tuvieron en poco la Palabra de Dios y quisieron manipular al Señor Todopoderoso.
Sigue el escritor inspirado por el Espíritu Santo mencionando actos de obediencia irrisibles ante el mundo. Los muros de Jericó, tremendas murallas infranqueables que protegían a una ciudad de gigantes, fueron derribadas por el poder de Dios movido por la fe. La verdadera fe implica obediencia a las órdenes no esperadas por parte de Dios.
Asimismo, Rahab creyó que sus compatriotas caerían vencidos por un ejército de hombres sin armamento y sin preparación para la guerra, pero que un Dios poderoso los ayudaba. La vida de menosprecio y humillación que había llevado como ramera no le fueron pretextos para creer más en la conquista de la tierra prometida —siendo gentil— que millones de israelitas que cayeron postrados en el desierto; y sus obras son evidencia de esa fe (Stg 2:25). Esta mujer gentil, por su fe, fue contada con el pueblo de Dios y aun se convirtió en parte de la genealogía de Cristo (Mt 1:5).