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Entonces nos advierte una vez más a no desechar la palabra de Dios, pues si aquellos que vivieron en el tiempo antiguo fueron juzgados severamente por desechar a los que amonestaban en la tierra (los sacerdotes y los profetas. Vea Hebreos 1:1-2), “mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos” (v. 25), es decir, a Jesús mismo, el sumo sacerdote del Nuevo Pacto.
Pues si alguien se asombra de las consecuencias del pecado en los tiempos antes de Cristo, no se imagina las consecuencias del pecado al desechar la voz de Aquel que fue hecho fiador de Nuevo Pacto. Esto es una alusión al tiempo apocalíptico, en donde los cielos serán conmovidos. Jesús dice: “Y las estrellas caerán del cielo, y las potencias que están en los cielos serán conmovidas” (Mc. 13:25). Pues este tiempo será el más difícil que haya vivido la humanidad: “Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá” (Mt 24:21).
Y después de todos los juicios de la gran tribulación, el apóstol Pedro nos dice que los cielos pasarán: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán desechos, y la tierra y las obras que en ellos hay serán quemadas” (2 P 3:10).