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La razón por la que los creyentes judíos no debían endurecer el corazón era a causa de que ahora eran participantes de Cristo; esto indica comunión y sustancia; comunión, porque ahora los creyentes han sido hechos cercanos a Él por su sacrificio (1 Co 1:9; 10:16; 1 Jn 1:3); y, sustancia, porque han sido participantes de su naturaleza divina (Jn 17:11, 21, 22; 1 P 1:3-4).
En el primer versículo se dijo que los creyentes son participantes del llamamiento celestial, que Cristo es el apóstol y sumo sacerdote; aquí se recalca, que Cristo hizo a los creyentes sus hermanos y los hizo hijos de Dios, y de esta manera los creyentes pueden estar cerca de Cristo.
Al parecer, había personas que pensaban volverse al judaísmo, estaban perdiendo esa fe con la que habían creído cuando fueron perdonados (Heb 10:39), olvidaban lo que habían visto u oído de las maravillas y milagros que Cristo había hecho en la tierra (Heb 2:4), y llegaban a su mente pensamientos de duda (Heb 10:38).
Desde el principio de su vida transformada, el creyente es salvo por fe, y tiene la confianza que Cristo ha perdonado sus pecados. Si bien por fuera, la persona tiene las mismas características físicas, pero ha sido transformado en su manera de pensar, su carácter ha cambiado, de igual forma la manera de ver las cosas; dado que ha dejado de ser hijo de las tinieblas, para venir a ser hijo de luz. Ciertamente, se puede pasar por tiempos de dudas y luchas, pero la lectura de la Palabra presentando al Cristo poderoso, la oración constante, la asistencia al templo para ser edificado y disfrutar la comunión con otros creyentes, son recursos semanales que fortalecen la fe y ayudan a permanecer victoriosos.