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Inmediatamente pasa a otro de los temas que estropea el amor fraternal: la codicia. La codicia ordena acumular para el futuro, como dice Santiago de los ricos que no agradan a Dios: “Habéis acumulado tesoros para los días postreros”; o como lo que contó Jesús del rico necio: “La heredad de un hombre rico había producido mucho… y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?” (Lc 12:16-20). Esto habla de la codicia, del deseo de tener más, de la acumulación de bienes para el futuro. Este pecado —el de la codicia, ahora referido a lo material— trae consigo malas costumbres, cosas reprobadas por Dios, conductas y actitudes injustas que denigran al ser humano. Porque la codicia “quita la vida a sus poseedores” (Prov 1:19).
Así que, nos dice Hebreos, el antídoto para la codicia es estar “contentos con lo que tenéis ahora”. Ya que Dios ha dicho que no dejará a los suyos, y Él sustenta a los suyos un día a la vez.