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Así que, el escritor nos sigue diciendo que no sólo los cielos pasarán, que serán mudados (Sal 102:26; Heb 1:12), sino de la instalación de lo inconmovible, de los cielos nuevos. Pues nos dice el Señor: “Porque he aquí yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento” (Is 65:17). Como también el apóstol Pedro confirma: “Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 P 3:13).
Por tanto, todo cristiano ha recibido por fe ese reino inconmovible, que aunque todavía sea en debilidad aquí, un día será levantado en poder (1 Cor 15:43).
Y puesto que el cristiano ha recibido algo tan grande, le resta vivir agradecido, sirviendo al Señor aquí. No por lo material que recibe en la tierra (aunque esto sea parte de las bendiciones que Dios ha prometido también); sin embargo, no es por ellas que el cristiano sirve aquí, sino su gratitud emana principalmente de la incomparable bendición de haber recibido el reino de Dios.
El servicio cristiano debe efectuarse en temor, es decir, con humildad, con una actitud de reverencia y total sumisión al Todopoderoso. Ya que Dios, aunque es un Dios de amor, y envió a su propio Hijo para dar vida al mundo (Jn 3:16), así también es poderoso para mostrar su ira para todo aquel que en algún punto de su vida llegare a menospreciar la gracia recibida de Dios y en su corazón se rebele y deje de servir al Señor: “Porque nuestro Dios es fuego consumidor” (v. 29). En la zarza se mostró como un Dios cuyo fuego no consume (Éx 3:2), símbolo también del Espíritu Santo: fuego que transforma, mas no consume; sin embargo, ahora se muestra como un “fuego consumidor”, un Dios que ejecuta sus juicios.
Es verdad que el cristiano vive con confianza (Heb 10:35), con la confianza de Abraham, quien fue llamado el amigo de Dios; no obstante, a la vez, el cristiano está totalmente consciente de que Dios no hace acepción de personas, no muestra favoritismos, no se puede sobornar de ninguna manera, y su palabra es sumamente pura (Sal 119:140). Por tanto, día a día camina en esa gracia que recibió al principio, y corre con paciencia la carrera que tiene por delante (Heb 12:1).