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El Apóstol refuerza la idea de que tanto judíos como gentiles, están todos hoy bajo el mismo trato de Dios. Como en otro lugar escribe, “¿Qué, pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera: pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado” (Rom 3:9). Queda así desecha la arrogancia de los judíos, y su desprecio para quienes no son del linaje de Israel. Y el Señor es rico, es espléndido, es generoso, abundante para con todos los que le invocan, tanto judíos como gentiles igualmente sin diferencia alguna bajo los términos de Nuevo Pacto.
Pues todo el que le invoca –sea de cualquier nación–, el que pide su favor, como la oración agonizante de David, “Oye, oh Jehová la oración con que a ti clamo; ten misericordia de mí, y respóndeme” (Sal 27:7); y para todos los que le invocan de veras, el Señor está cercano (Sal 145:18). La invocación ferviente ante Dios, nacida del corazón contrito y humillado que Él requiere (Sal 51:17), siempre tendrá como resultado la salvación del hombre.