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Pablo, primero que todo, apela a la verdad de sus aseveraciones. De la armonía espiritual, racional y emocional de sus expresiones, como bien el Espíritu le dirigía. Pablo fue un hombre embebido en el Espíritu Santo, y Éste le daba constante testimonio de su andar. Como es también llamado, “el Espíritu de verdad” (Jn 14:17), gobernaba a Pablo y le impulsaba a decir y hacer cosas, pero también a sentir cosas, quizá inusuales para muchos, y por ello la acentuación de su dicho –no miento- y la gravedad de su tono.
El Espíritu trabaja con el hombre a través de la conciencia, es éste el termómetro moral que Dios ha puesto en el ser humano. El filtro de discernimiento natural del bien y del mal que poseemos todos, pero que entre los más santos, y mayor cercanía con Dios, está más aguzado.
Le causaba tristeza y continuo dolor a Pablo (v. 2) la incredulidad de su pueblo. Al tiempo que el gozo de Dios le gobernaba (2 Cor. 7:4), el apóstol de los gentiles sufría, lo que demuestra que es posible tener gozo en medio de las aflicciones, dolores y afrentas.
¿Se puede tener tristeza y gozo al mismo tiempo? Sí, en algún sentido, pues expresa, que su gran tristeza y dolor eran continuos. Ello nos dice que el verdadero hijo de Dios se duele por las almas perdidas, cada vez que el Espíritu le recuerda, o que les ve en el transitar de la vida, siente tristeza y compasión por ellas (Mt. 9: 36). El gozo lo experimenta el creyente, cuando ve a las almas rendirse a Cristo, fruto de su intercesión y agonía