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El fruto de la tribulación es una de las paradojas de la fe cristiana, el gozo puede coexistir con la aflicción. El corazón del creyente expuesto al fuego de la prueba, produce paciencia (gr. jupomoné, resistencia alegre, constancia); la paciencia soporta con templanza aquello que quisiéramos se apartara de nosotros.
Existe desde luego la paciencia que proviene de la naturaleza no regenerada y que es producto del orgullo y en los mejores casos de cierto valor estoico, pero no se relaciona con la paciencia proveniente de la gracia.
La paciencia que aquí se menciona es la aceptación de la prueba como voluntad divina o la espera de las promesas de Dios; la paciencia crea carácter probado (gr. dokimé, mérito, carácter probado, por implicación confiabilidad). Esto es, la evidencia y testimonio de nuestra fe y absoluta confianza en el Señor, bajo el peso de la aflicción.
Dios nos concede su aprobación que a su vez, nos llena de esperanza (gr. elpis esperar con anhelo, expectación o confianza), dirigiendo:
• En primer lugar, nuestra esperanza hacia los cielos, descansando en la intervención divina,
• En segundo lugar, mirando en nosotros mismos la transformación que Cristo hace en nuestro carácter “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo;” (Filipenses 1:6).
“Y la esperanza no avergüenza”, la esperanza de nuestra salvación nunca será avergonzada, el amor derramado por Dios en nuestros corazones es la prueba fehaciente de su cuidado, al recibir su Espíritu tenemos la certeza de nuestro destino eterno.
“el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”, esto es, a través de la sin igual infusión pentecostal, cual donación formal del Espíritu a la iglesia de Dios, para todo tiempo y para cada creyente. Interesante que por primera vez se menciona al Espíritu Santo en esta Epístola. Es como si el apóstol hubiese dicho: “¿Cómo nos podrá avergonzar esta esperanza de la gloria, que como creyentes alentamos, cuando sentimos a Dios mismo por el Espíritu que nos está dado, hinchiéndonos el corazón de dulces e irresistibles sensaciones del maravilloso amor de Dios en Cristo Jesús?1”
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1 Jamieson, Fausset, Brown, Comentario exegético y explicativo de la biblia, Tomo II: Nuevo Testamento, (El Paso Texas: Casa Bautista de Publicaciones, 2002).