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“No que la palabra de Dios haya fallado”, quizá ante la pregunta racional subyacente, ¿qué sucedió entonces con la promesa de Dios? ¿Falló su Palabra? Ante esto, Pablo procede a explicar quiénes son los verdaderos israelitas, los herederos de la promesa de Dios.
En primer lugar, “no todos los que descienden de Israel son israelitas”. Grave declaración, porque nos habla de un linaje distinto al que todos estaban acostumbrados. Pues los judíos solían recurrir a “las genealogías interminables” (1 Ti 1:4) para soliviantar discusiones vanas y sin provecho (Tito 3:9), queriendo siempre ubicar a cada cual en su árbol genealógico. Pero ciertamente Pablo habla, no del ADN físico, sino de algo espiritual.
Luego para explicar el concepto empieza desde Abraham y que no todos los que Abraham engendró son llamados hijos. Y ciertamente Abraham, según se observa en Génesis, tuvo más hijos además de Isaac. A Ismael (Gn. 16:15), de Agar; y a otros más de Cetura (Gn. 25:1-6), pero para Dios únicamente Isaac fue hijo de Abraham: “en Isaac te será llamada descendencia”. De esta manera, los hijos que Abraham tuvo según la carne no son los llamados hijos de Dios (a quienes luego se refiere el Señor, al instaurar a Israel), sino sólo al que nació en concordancia con la promesa, la que le fue dada a Sara, “Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo” (v. 9).