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En 1 Corintios 1:31 Pablo dice: “Para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor”. Y en Gálatas 6:14 añade: “Pero lejos esté de mí gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”.
Ningún creyente hace mal si proclama con emoción y gratitud lo que Dios hace por medio de él, con tal de que lo haga con un espíritu sencillo y humilde lleno de gratitud al Señor. Pablo se gloría en lo que él ha podido hacer por medio de Cristo y en el poder del Espíritu de Dios. Su jactancia es buena porque le da el reconocimiento de Dios.
Dios autenticó el ministerio de Pablo con señales y prodigios, señales portentosas en el poder del Espíritu Santo, y con un mensaje que lo ha llenado todo en todas partes, Pablo es el teólogo-predicador que con el Evangelio “alborota el mundo”. (Hch 14:10; 19:11,12; 16:18; 20:10; 28:8,9; 2a. Co 11:7).
La misión de los setenta, en donde fueron enviados de dos en dos, ilustra esa declaración de Pablo, (Lc 10:17-20) cuando volvieron con mucho gozo porque los demonios se sujetaban en el nombre del Señor Jesucristo, a lo que el mismo Jesús les recuerda sobre lo que es más importante: “No se gocen de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos.” En otras palabras: manténgase mesurados poniendo todo en la debida proporción y den gloria a Dios por su victoria mayor.
Ilírico, era una provincia romana al noroeste de Macedonia, una región que correspondería a lo que fue el importante país de Yugoeslavia y que actualmente se dividió en varias repúblicas, en una hermosa costa que da al Mar Adriático. Ciudades y pueblos situados a más de 2000 kilómetros de Jerusalén (unas 1400 millas), lo que da idea de la extensión geográfica en la que Pablo y su equipo predicaron y que impedía a éste llegar a Roma.