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De Israel son los patriarcas (Abraham, Isaac y Jacob) y de quien, en cuanto al linaje humano, vino el Señor Jesús y del linaje de David (Jn. 7:42), de quien profetizaron todos los profetas (Lc 24:27). Aquí, en esta línea, aprovecha Pablo, hablando por el Espíritu Santo, para ratificar la divinidad del Señor Jesucristo, pues dice: “el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén”.
por tanto, se tiene en el pueblo judío una raíz espiritual profunda. Una herencia de la que gozamos y una legado para el presente y el futuro. Amamos a Israel por lo que Dios hizo a través de él y porque este amor se identifica con todos los redimidos por la preciosa sangre de Cristo, el más grande de los israelitas.