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Es cierto que en el huerto del Edén el mandamiento en Génesis 2: 16, 17 era para preservar la vida. “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”. Como otrora, el mandamiento también es aplicable al hombre ya que, la desobediencia a los mandamientos divinos acarrea la muerte.
En este punto Pablo reconoce que es hallado (Heuréthe: fue descubierto mi), por el convencimiento del Espíritu de Santidad, ante una angustiosa paradoja: La Ley dada al hombre es extraordinaria, esplendida y santa (“hagios”; es diferente; describe algo que no es de este mundo). La Ley es divina, y transmite la misma voz de Dios. Por lo tanto el decálogo en la Torah es santo y es beneficioso en extremo (agathe) y es justo (dikaia) porque exige la honra debida al Creador y al ser humano. Los mandamientos divinos ayudan al hombre a vivir en paz. Es aquí que la narración de la caída está en el pensamiento de Pablo y concluye en base a lo anterior que el pecado hace promesas engañosas de poder, placer y sabiduría, sin embargo, el resultado es la muerte (Génesis 3:5-6).