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La hipótesis rabínica de que el patriarca Abraham había sido justificado por sus obras es contrastada con la realidad bíblica: Abraham fue justificado por la fe. Pablo explica que, si una persona se compromete a servir, pagándosele un salario, queda implícita y explícitamente hecho un contrato que debe cumplirse por ambas partes contrayentes. Quien trabaja puede reclamar el derecho del sueldo que se le debe. Por el contrario, sino realiza el trabajo, no podrá reclamar nada y queda deudor de quien le contrató.
Trayendo esta figura a la vida espiritual, debemos decir que el hombre pecador nunca hará tantas buenas obras como para ser salvo por ellas. Por lo tanto, estará eternamente en deuda con Dios y por consiguiente la Ley le condena pues no puede cumplirla.
Pablo expresa con palabras tajantes la doctrina de la justificación por le fe diciendo: “más al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia”. Pero, ¿cómo puede Dios justificar al impío? Para el judío es difícil de entender esto, pues ellos encuentran en las Escrituras pasajes donde vez tras vez se señala que Dios bendice al hombre piadoso y justo y condena al impío. Hay que recordar dos hechos: 1) Todo hijo de Adán es impío, y si Dios no le justificara por gracia estaría condenado eternamente; 2) Jesucristo, el Cordero de Dios, llevo y quitó el pecado del mundo al morir en propiciación para hacer justo al impío que le da la espalda al pecado para creer en él como Salvador y Señor de su vida. En Gálatas 3: 9 y 10 Pablo dice: “Así que Dios, bendecirá por medio de Abraham, a todos los que confían en él como Abraham lo hizo. Pero corren un grave peligro los que buscan agradar a Dios obedeciendo la ley, porque la Biblia dice: Maldito sea el que no obedezca todo lo que la ley ordena” (TLA). Para el apóstol, o los hombres toman la fe como única forma de ser justos ante Dios, o tratan de hacer obras para ganarse el favor de Dios. La segunda opción jamás le hará al hombre ser justo ante Dios, por el contrario, lo condena y maldice pues acepta la ley y no la cumple. Es deudor ante Dios.