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La aceptación mutua de judíos y gentiles tiene el sólido fundamento de haber sido todos aceptados por Cristo (Hch 10:34). Lo que ha hecho Cristo por nosotros y lo que nosotros hagamos para fortalecer la armonía entre los hermanos más débiles, redundará para la gloria de Dios.
Cristo se hizo siervo de la circuncisión. Jesús mismo, siendo judío, fue circuncidado confirmando las promesas dadas a Abraham, Isaac y Jacob, para mostrar la verdad de Dios a los mismos judíos. Lo cual es una seria advertencia a los gentiles que miran con desprecio a los judíos.
Pablo respalda la afirmación de Jesús cuando dice: “Dios envío a su Hijo, nacido de mujer, y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Gálatas 4:4, 5). Y no solo a los que estaban bajo la ley, pues la promesa de Dios abarcaba una bendición universal. Samuel Pérez Millos comenta: “La fidelidad de Dios exigía cumplir los condicionantes del pacto con Abraham y sus descendientes, los padres, (Gn 12:1-3; 15:1; 17:7; 18:19; 22:18; 26:1, 2; 28:13-15; 32:28) de forma especial, la promesa para para todas las naciones (Gn 12:3)”.
Pablo confirma, además, que de Israel y las naciones paganas, Dios haría un solo pueblo para Él. “Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella enemistades.” (Ef 2:14-16)