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Ya desde el Antiguo Testamento se encuentran líderes sacerdotales como Esdras deleitándose en la revelación escrita de la voluntad divina, como lo refiere el Salmo 119. Ante la certeza anterior, por la experiencia placentera y reconfortante de obedecer la Ley divina (7:1), el apóstol Pablo sigue reflexionando en la lucha continua de las dos naturalezas gobernantes en su vida: el viejo y desgastado “yo” y el hombre nuevo que conoce la maravillosa Ley divina. Aquí es descrita la trágica lucha del cristiano que surge en el momento que se presenta el noble sentimiento de llevar a cabo una buena intención, entonces el mal residente, lo interrumpe para realizar lo opuesto. (“aichmalotizonta”: como un prisionero de guerra) Sólo el Señor puede ayudar y perdonar al hombre que vez tras vez intenta obedecer la Ley divina. El creyente debe estar consciente que mientras permanezca en el presente cuerpo de humillación (Filipenses 3:21) la lucha interna continuará.
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