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Nadie puede pretender ser hijo de Dios sino tiene la dirección del Espíritu Santo.
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Encontramos tres verdades en este versículo:
1. El Espíritu Santo es el guía divino. Todo hijo de Dios recibe la gran bendición de su sublime dirección y el consejo del Espíritu Santo para hacer lo recto delante de Dios.
2. El Espíritu nos guiará como a Él le plazca (Jn 3:8) y siempre por sendas de justicia (Salmo 23:3). Algunas veces estas sendas se mostrarán como un valle de sombra de muerte (23:4), y otras como un desierto (Mateo 4:1); pero aquel que anda en el Espíritu obedece a la voz de Dios y marcha hacia donde Él le guíe.
3. El mismo Espíritu que nos guía a lugares donde encontramos temores y ansiedades, es quien produce la paz que sobrepasa todo entendimiento (Fil 4:7). Por lo tanto, en Él siempre encontraremos seguridad y vida plena.