LBC Menú
Capítulos:
Surge entonces el cuestionamiento hipotético de que si Dios, es injusto o no. Si es que la justicia consistiera, en este caso, en dar a cada uno el mismo tratamiento. Si Jacob y Esaú nacieron del mismo vientre y casi al mismo tiempo, uno podría juzgar injusta la elección de Dios, inclusive dado que Esaú era el primogénito. Sin embargo, Dios eligió soberanamente a Jacob, y no incurrió en injusticia. Ante tal pregunta –dice el Apóstol- ¡En ninguna manera! Dios no es injusto y jamás lo será, sino que es su prerrogativa tener misericordia de quien Él quiera tenerla.
Luego se remite al caso paralelo de Faraón, a quien endureció el corazón para que no dejara ir al pueblo israelita (Éx 4:21). Evidentemente Dios tenía un propósito en ello: mostrar su poder al mundo y a todas las generaciones venideras.
Cuando la soberanía de Dios interviene no depende del que quiere, es decir, de la voluntad humana, ni del que corre, es decir, del que se esfuerza en alcanzar algo, sino de un acto meramente soberano de Dios. Así lo dice también Juan el Apóstol, de los hijos de Dios, “los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, son de Dios” (Jn 1:13). Significa que Él es soberano en la proclamación de sus leyes, lineamientos y decretos, como legislador y soberano Rey del universo que es.
Por lo tanto, Dios es poderoso, en el misterio de su soberanía, de tener misericordia de quien quiere tener misericordia y endurecer a quien quiere endurecer (v. 18).
Puesto que Dios tiene la prerrogativa de endurecer o tener misericordia, es nuestro deber mantener una vida de ruego y de súplica por todos los hombres (1 Ti 2: 1) para que la misericordia de Dios por medio de Cristo les alcance, pues la voluntad de Dios es que todos sean salvos (1 Ti. 2:4). Se necesita así echar mano de la autoridad que como iglesia hemos recibido de Dios, pues nos dice Cristo: “De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo” (Mt. 18:18).