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De manera gloriosa, el apóstol Pablo termina su argumento contra los antinomianos demostrando que la herencia que dejó el primer Adán a la humanidad (5:12-14) fue crucificada junto con Jesucristo, ya que también fue residente de un cuerpo humano, con la acepción de que Él nunca pecó en toda su vida y de esta manera condenó al pecado. Dicho de otra manera, el viejo hombre decadente residente en cada cristiano ha sido crucificado en la misma persona de Jesús.
¡Cuan insondable don divino de gracia y misericordia conferido al indigno humano! Jesús al haber resucitado de entre los muertos ya no volverá a morir, la muerte no lo retuvo en el sepulcro por lo tanto fue vencida y no tiene señorío sobre Él (Hechos 2:24). Finalmente efectuada la expiación de la humanidad con su vida, obra, muerte y resurrección (Juan 17:4) regresó al padre y vive eternamente para Él (Juan 17:5).