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Queda muy claro que la soberanía de Dios es demostrada desde antes de la fundación del mundo en cuanto a leyes y elecciones suyas, pero ha dado al ser humano el libre albedrío de creer o no en Él, para que la elección sea por fe. En muchos otros pasajes de las Escrituras, Dios habla de que la fe es la que hace a una persona alcanzar la bendición de Dios. (por ejemplo, cuando Pablo diserta sobre Abraham en Ro 4 y Gá 3). De esta manera, estas tres declaraciones pueden explicarse así:
• Lo que hizo que Israel no alcanzara la gracia fue que se valió de las obras para conseguirla.
• Los escogidos se convirtieron en escogidos tan sólo por hacer uso de su derecho de creer o no en Jesús, eligiendo creer.
• Toda persona, cuando elige no creer en Jesús su corazón se endurece (He 3:13, 15; 4:7).
Por su incredulidad, Dios castigó a Israel, y sirvió esa acción de ejemplo para todos los incrédulos en general, con un espíritu soñoliento y pesado (Is 29:10); y lo que los incrédulos pensaron sería su salvación (sus obras) se convirtió en lazo, en tropezadero. Así, sus ojos fueron oscurecidos, y a causa de ello, tuvieron total inseguridad (Sal 69:22-23). Cuando una persona se aferra a sus obras para alcanzar el favor divino, en lugar de mover el corazón de Dios para bendición, se hace merecedor del castigo aquí descrito. Dios no es injusto para castigar a alguien que le sirve, pero si se hace algo para Dios sin fe, esas obras las considera imperfectas. (Hebreos 6:10; Stg 2:18,20; Ap 3:2)
Es necesario que todo cristiano se examine a sí mismo constantemente para comprobar los verdaderos motivos de sus obras. Todas nuestras acciones necesitan ser impulsadas por fe verdadera en el Señor y en su palabra, la cual nace del amor con que Dios nos ha dotado mediante su Espíritu Santo (Gálatas 5:6).