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La gracia de Dios ha hecho posible que a través de la historia existan judíos creyentes en Jesucristo a los cuales la Escritura les llama “el remanente”. Se puede afirmar desde luego, que los verdaderos creyentes cristianos han sido en general un remanente escogido por Dios en medio de una generación maligna y perversa (Fil 2:15) que se empeña en distorsionar la correcta y sincera fidelidad a Cristo (2 Cor 11:3). Como el gran mercado que describe Juan Bunyan en la clásica obra El Progreso del Peregrino; el mundo ha sido un gran mercado público cuyos intereses contrarios a los divinos, han querido dar muerte a los genuinos seguidores del Señor.
En la gracia no existe lugar para la jactancia humana ni para las obras que alimentan a ésta. Pablo advierte sobre este mal diciendo: “De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído” (Gálatas 5:4). Si fuera por obras, dice Pablo, deja de ser por gracia. Tenemos tal vez, el contraste más directo y absoluto que haga la Escritura en cuanto a estos dos conceptos: OBRAS Y GRACIA. La gracia es la actuación soberana de Dios de acuerdo consigo mismo, mientras que las obras son el esfuerzo del hombre que trata de presentarle a Dios una base humana para alcanzar la bendición. El “remanente” que Dios ha elegido de entre los judíos ha sido sólo por gracia y no por obras que ellos hayan realizado.