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Esto nos lleva a una paradoja importante ante el razonamiento humano: la justicia alcanzada mediante la fe. Acostumbrados los seres humanos a pensar en términos de obras, Dios decretó que el ser humano fincara su salvación únicamente sobre el fundamento de la fe en Jesús. Este fundamento, esta piedra inconmovible, es el tropiezo de los que iban y van tras las obras como medio para alcanzar vida eterna. Israel tuvo la ley de Moisés y aun entre los más devotos, procurando el máximo apego a su obediencia, su cumplimiento trajo enorme frustración. Y es que se debía ir tras ella por fe (v.32) y no mediante los esfuerzos humanos.
Algunos héroes alcanzaron justicia por la fe (Heb 11:39), sobre los cuales el Espíritu Santo estuvo (Lc 2.25; Prov 1:23, Mi 3:8, etc.); el mismo Jesús, cumplió la ley mediante la fe, pues Él, siendo el esplendor humano de una fe perfecta (Jn 11:42), y siendo lleno del Espíritu Santo, cumplió en su totalidad la ley (Mt 5:17). Por su parte, Israel, en su rebeldía contra Dios y creyéndose autosuficiente -como la inmensa mayoría de los seres humanos hoy-, esta misma ley, que es buena y recta (Rom 7:16, 1 Ti. 1:8), le fue para condenación.
La fe en Jesús, redime a los que por ella se acercan a Dios (Heb. 7:25). Ya de ello profetizó Simeón, aquel anciano que estuvo esperando la consolación de Israel, cuando dijo: “He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel,” (Lc. 2:34). Esa profecía es cumplida en Cristo hasta el día de hoy.