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Dios comisionó a Pablo para ser “apóstol de los gentiles”. Su tarea fue sembrar la Palabra de Dios entre el mundo no judío y plantar iglesias en lugares donde no había. Por medio de Pedro, Dios había encendido la mecha del avivamiento espiritual entre los gentiles, dando salvación a Cornelio y a toda su familia quienes vivían en Cesarea, ciudad marítima, estaba cerca de Jerusalén (aproximadamente a 50 km/30 millas de Jope). Todo relativamente cercano.
Pero el Señor le dijo a Pablo: “ve, porque yo te enviaré lejos, a los gentiles” (Hch 22:21). Pablo testifica que Dios le encomendó a Pedro el evangelio de la circuncisión, y a él el de la incircuncisión (Gá 2:7).
Esto trajo un número indeterminado de problemas al Apóstol y persecución constante, de la cual el libro de los Hechos nos narra. Para los judíos, el hecho de que Pablo estuviera en constante contacto con los gentiles, e incluso se hubiera hecho tal como ellos (1 Co 9:18-22) era una abominación. Su odio por el apóstol llegó a tal grado que estuvieron a punto de descuartizarlo o matarlo a golpes debido a la acusación de introducir a gentiles en el templo (Hch 21: 28-36). Definitivamente Pablo había provocado a celos a los judíos con tan osado ministerio y el costo de tal provocación fue bastante alto, sin embargo, todo fue por mandato de Dios.