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Una vez más el Apóstol recurre a una forma de lenguaje hipotético al decir, “¡oh, hombre!”, frase que no es común en otras epístolas, fuera de la de Romanos. Se refiere al hombre, suponemos incrédulo, argumentando con Dios, que si no es injusto, no debería de culpar a aquellos de quienes soberanamente no quiso tener misericordia.
En primer lugar, según podemos observar en otras porciones de las Escrituras, la misericordia de Dios tiene sus requisitos. Por ejemplo, la Palabra declara: “El que encubre sus pecados no prosperará; más el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Prov. 28:13). Aquí Dios recalca que es necesario confesar el pecado y apartarse de él para alcanzar la misericordia de Dios. En el caso del pueblo de Israel, cuando pecó con el becerro de oro, Moisés tuvo que interceder por el pueblo para lograr la misericordia de Dios (Éx 32:9-14), y otros casos similares pudieran citarse.
En segundo lugar, Dios ha querido mostrar su misericordia con la humanidad por medio de Cristo (2 Co 4:1; Ef 2:4; Tito 3:5), por lo que el trono de la gracia de Dios para alcanzar tal misericordia está disponible, para todos aquellos que por la fe de Jesús se acercan a Él (Heb 4:16; Gá 3:26).
El Señor estableció sus requisitos para tener misericordia y todo aquel que los reúna alcanzará el favor de Dios. Estos requisitos fueron establecidos soberanamente por nuestro Señor.
Y en tercer lugar, como dice Pablo, “¿Quién eres tú para que alterques con Dios? ¿Dirá el barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?” Ningún derecho tiene el ser, de altercar con Dios, siendo Él el Creador y nosotros sus criaturas, como dijo David: “Él nos hizo y no nosotros a nosotros mismos” (Salmo 100:3). Job empezó a cuestionar a Dios, pero el Señor lo reprendió y le dijo: “Cíñete ahora como varón tus lomos; Yo te preguntaré, y tú me responderás” (Job 40:7).
Es por tanto necesario que mantengamos siempre una actitud de sumisión al Señor, nos esforcemos por entender sus leyes y aquello que a Él le agrada y obedecerle en humildad y total sumisión.
Ahora bien, Dios quiso, en su soberanía, crear vasos de honra y vasos de deshonra. Unos para mostrar su clemencia y su amor, y otros para mostrar sus juicios y la severidad del cumplimiento de su justicia. De ello se discutirá más en la siguiente sección.