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El Señor no vino a abolir o abrogar la ley establecida por Dios, sino a cumplirla (Mt 5:17). Al cumplir el Señor la ley de Moisés, la cual tenía carácter temporal, como lo reafirma Pablo en 2 Corintios 4:18, y aquello que había de ser abolido, en un pasaje anterior (2 Cor 3:13), nuestro Jesús establece e inaugura con su sangre el Nuevo Pacto (Heb. 8:13; Mt 26:28; 1 Cor 11:25; Heb. 12:24).
Como también dice el mismo Cristo: “La ley y los profetas eran hasta Juan; desde entonces el reino de Dios es anunciado, y todo se esfuerzan por entrar en él” (Lc 16:16). Era necesario que ocurriera esta culminación de la ley en el corazón de un religioso judío y aun de aquellos cristianos que siguen alguna forma de ley de Dios para por ella justificarse; porque aunque la palabra de Dios permanece para siempre (Is 40:8), el Nuevo Pacto dicta que la ley de Dios esté escrita en el corazón humano (2 Cor 3:3; Heb 10:16 cf. Jer 31:33).
Es por eso que debemos meditar en la ley de Dios diariamente para alimentar nuestro Espíritu y darle sentido conforme al tamiz de lo dicho por Jesús y los santos apóstoles en el Nuevo Testamento, es decir, bajo los términos del Nuevo Pacto. Cristo terminó con aquella ignorancia consistente en la creencia de que podemos acercarnos a Dios a través de la ley meramente. Él dijo: “Nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn 14:6)