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Pablo se propone ir a Roma, 15:22-33

Romanos 15:30-33
“Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que me ayudéis orando por mí a Dios, para que sea librado de los rebeldes que están en Judea, y que la ofrenda de mi servicio a los santos en Jerusalén sea acepta; para que con gran gozo llegue a vosotros por la voluntad de Dios, y que sea recreado juntamente con vosotros. Y el Dios de paz sea con todos vosotros. Amén”.


Motivos de oración: Pablo hace una petición de oración a los hermanos de Roma, en el nombre del Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu:
1º Que le ayuden a orar ante Dios para que fuera librado de los rebeldes en Judea.
2º Que la ofrenda de los gentiles fuera recibida con agrado por los creyentes de Jerusalén.
3º Que pudiera llegar a ellos en el tiempo de Dios y tener gozo juntamente con ellos.

Ernesto Trenchard agrega: “Pablo a veces se sentía como un niño que camina frente a lo desconocido, muy consciente del poder de Satanás que se oponía a su labor (1a. Cor 2:1-5; 2a. Cor 4:7-12) y por eso solicitaba tantas veces las súplicas e intercesiones de la familia de Dios.” (Epístola a los Romanos, pág. 361)

Pablo discierne el alto riesgo que implica su viaje a Jerusalén y su estancia allá, él mismo mencionó a los hermanos de Éfeso, en Mileto en Hechos 20:22-24 lo siguiente: “Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones. Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios”.

Con un irónico y trágico acontecer, en esta parte un tanto prolongada de su itinerario, Pablo ve cumplidos sus temores en Jerusalén, pues al haber hecho un voto por consejo de Santiago, se produjo un alboroto grande en el templo y estuvo a punto de ser linchado. Fue apresado por soldados romanos que lo libraron de la muerte, para luego pasar años de encarcelamiento y de juicios antes de llegar a Roma, como se narra ampliamente en el libro de Los Hechos Caps. 22-26.

Agotado, pero victorioso, vio sus sueños cumplirse cuando llegó a la capital del Imperio Romano y pudo continuar su ministerio, pues gozó del favor de sus encarceladores y disfrutó de la asistencia de los creyentes romanos en la prisión y en una casa de alquiler (Hch 28:30,31) “predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento”.

Como se ha dicho por muchos, el libro de Los Hechos no tiene Amén, porque muy seguramente el Apóstol siguió predicando junto a equipos de colaboradores, y como se cree por algunos, pudo llegar a España y otros lugares.

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