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Esta afirmación es una maravillosa manera de describir el valor de nuestra obediencia al Espíritu sin importar cualquier implicación. Quien anda en el Espíritu es capaz de comprender la temporalidad de las cosas terrenas y de lo efímero que significa cualquier lapso de sufrimiento por el Señor, pues, aunque fueran cien años, jamás se compararán, ni con el carácter inmensamente superior del galardón, ni con el tiempo infinito de su goce.