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Continúa Pablo relatando su experiencia pasada cuando se sentía seguro, sin convicción de pecado con la conciencia libre del conocimiento de las implicaciones de la obediencia a la Ley, pensando que estaba todo bien en lo espiritual y moral (Hechos 8:1-3). Pero cuando se encontró con Jesucristo y su grande amor lleno de gracia y misericordia, fue entonces que comprendió que estaba muerto al no cumplir con el sentido real de la Ley, que es amar a Dios por sobre todo y a sus semejantes como así mismo (Marcos 12:29-31).
Se debe recordar que la Epístola a los Romanos, enviada desde Corinto, fue leída primero a una asamblea de creyentes, la mayoría judíos que vivían en la capital del mundo. Esta visión paulina de la ley debe haber causado costernación no solo entre los judíos, pero también entre los gentiles, quienes sabían que los judíos tenían un más alto estándar de moralidad que la sociedad pagana y basaban esos principios en la ley de Moisés. Por eso era imperativo que Pablo les mostrara a esos creyentes que ellos no estaban sujetos a la ley, sino a Cristo. Apeló a dos de los héroes más reconocidos, como eran Abraham y David para mostrarles que la justificación es tan sólo por la fe.