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Dos conclusiones importantes son aquí expuestas:
1. El patriarca Abraham es padre de todos los creyentes, aún de los no circuncidados, a fin de que a estos les sea imputada la justicia. La justificación no la ofrece Abraham sino Dios, a través de la obra de Jesucristo en la Cruz del Calvario. Ahora Abraham puede ser considerado padre de todos los creyentes, pues el principio de la fe en Dios, establece un parentesco espiritual muy superior a los lazos de la sangre.
2. Dentro de Israel, Abraham es padre de todos los que andan en las pisadas de su fe. Con esta proposición se excluye del parentesco espiritual a todos los israelitas incrédulos. En vano se jactaban de ser “hijos de Abraham” si andaban por caminos contrarios a la pacífica vida del patriarca.
Uno puede ser un verdadero descendiente de Abraham, aunque sea un gentil incircunciso, si obra en su vida una fe como la del Abraham. O un judío circunciso puede ser un verdadero hijo de Abraham si sigue el ejemplo de Abraham de justificación por la fe. El ser hijo de Abraham es más bien una semejanza de “FE” que de similaridad de sangre o de ritos tradicionales.